martes, 12 de julio de 2011




11-s/11-m



La lectura de este libro de Don DeLillo en el que se muestra de manera precisa el impacto de los atentados del 11-s en la gente común, así como la asombrosa disección del pensamiento de uno de los terroristas, me lleva a una reflexión que pareciera cogida con alfileres sino fuera por el pespunte final.


A mi entender, uno de las ideologías más perniciosas surgidas de la mente humana ha sido el Nacionalismo. La idea espuria de sentirse superior o diferente al resto de la Humanidad por el hecho de hablar una lengua o haber nacido en un territorio artificialmente construído a lo largo de la Historia, ha dado lugar, como ya sabemos, a terribles dislates no tan lejanos. El virus nacionalista supera los límites filosóficos y políticos y llega a infiltrarse en todos los denominados "órdenes sociales".

Tuve ocasión de presenciar un ejemplo de esta estupidez nacionalista durante los días terribles que sucedieron a los atentados del 11-m en Madrid. Un momento bochornoso en el que se volcaba una idea que en ese momento era ajena a todo el dolor y el sufrimiento ocasionado por aquellos sucesos. En un informativo de Telemadrid escuché a una reportera comparar la actitud de los madrileños con la de los neoyorquinos durante el 11-s. La idea era simple: todos vimos a los yanquis huir cobardemente de la zona cero mientras que los madrileños, bravos entre los bravos, nos lanzábamos en masa a rescatar a los heridos.

Recuerdo las imágenes de los ciudadanos de Nueva York caminando, incrédulos, por los puentes que comunican Manhatttan, alejándose del lugar de los atentados de donde habían sido evacuados por los cuerpos de seguridad quienes, junto con los bomberos, hacían lo imposible por rescatar a los miles de oficinistas que quedaron atrapados en las torres. Esos mismos ciudadanos que corrían minutos después ante el desplome de las torres que originó una tormenta de polvo, amianto y papel: una reacción completamente humana que obedece a nuestro instinto natural ante el peligro.

Me pregunto dónde estaría esa periodista cuando se difundieron las primeras imágenes de las explosiones en Atocha en las que se veía a la gente huir en dirección contraria; dónde, cuando los primeros testigos revelaban su estupefacción y consecuente inacción tras las explosiones. Reacciones todas ellas perfectamente clasificables entre las habituales de nuestra especie. Porque, a fin de cuentas, esos es lo que somos todos: seres humanos.