Hace unos días escuché al profesor de Ciencias Políticas Juan Carlos Monedero, una anécdota sobre la Comuna de París: en los días de finales de mayo de 1871 en los que los comuneros eran conducidos a la muerte en hileras escoltadas por soldados, un oficial llamó a uno de sus subalternos.
-¡Sáqueme a los que tengan canas y fusílelos!
Tras realizar su terrible cometido, el oficial volvió a su puesto no sin antes preguntar por qué precisamente a los de pelo cano.
-Porque esos aún recuerdan la revolución del 48 -contestó el oficial.
Como historiador el tema de la memoria siempre ha estado presente en mi quehacer científico. Como docente la historia oral ha sido un recurso habitual con mis alumnos y alumnas de bachillerato. Y es a través de esta técnica como los adolescentes descubren que tienen un pasado a través de sus familias. Cuando descubren que tienen abuelos y abuelas, padres y madres que han formado parte de esa historia que tan ardua y áspera les parece. Y que ellos mismos son historia.
Hace unos años caí en el exilio profesional en Ciempozuelos, un pueblecito al sur de las Comunidad de Madrid (España). Cuando les propuse a mis chicos que indagaran sobre las vivencias de sus antepasados no parecieron muy entusiastas hasta que, al día siguiente, muchos de ellos vinieron entre alborozados y perplejos: una batalla había tenido lugar en el pueblo durante la Guerra Civil y ellos lo ignoraban. En realidad no fue sólo una batalla sino una de las acciones de guerra más terribles del conflicto: la batalla del Jarama (sí, la que Woody Guthrie cantaba en su Jarama valley).
Así fueron descubriendo como sus abuelos se conocieron mientras eran evacuados con sus escasas pertenencias sobre famélicos burros, o como los internos del Hospital Psiquiátrico quedaron abandonados en su locura dentro de la locura. Desfilaron los brigadistas venidos de todo el mundo, entre ellos los voluntarios irlandeses que combatían contra compatriotas suyos en el bando franquista, los bombardeos provocados por silenciosos aviones, la agonía de los refugios, el olor de los cuerpos de los animales despanzurrados en las calles. Y las lágrimas, las lágrimas que vertían las muchachas y los muchachos al ponerse en la piel de sus antepasados.
Memoria recuperada, memoria para no olvidar, para hacer justicia, Memoria como la de esos campesinos que surgen en el relato de Ignacio Aldecoa "La urraca cruza la carretera". Trabajadores del campo durante el franquismo a los que se les ha suprimido su referente de lucha. Que quieren expresar su rabia ante la injusticia, pero no encuentran las palabras. Se las han robado.
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