Siempre me fascinó la obra de Caspar David Friedrich, un personaje verdaderamente romántico en el sentido decimonónico de la palabra. Una vida rodeada siempre por trágicos hechos personales en medio de las agitaciones de la Europa de principios del siglo XIX.
Especialmente me conmueve este cuadro "El caminante sobre el mar de nubes", firme sobre la roca, representación de la fe, desafiante a la naturaleza misteriosa. Como dijo Heinrich von Kleist: «Otorgó a lo familiar la dignidad de lo desconocido». Me emociona porque me recuerda al adolescente sentado sobre una roca, con su fiel perro Zeus a sus pies, descubriendo las tonalidades azules de la Sierra de Gredos; buscando un sentido tras las brumas o jugando a adivinar su porvenir.
Romanticismo, el poder de las sensaciones, convertido hoy en sinónimo de infantilismo e inmadurez. En este mundo donde impera el dicho de "las carretas", a mí me sigue tirando más una sonrisa. En serio.
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