jueves, 26 de marzo de 2020




CONAN, EL ÁRABE DEL FUTURO

Cuando cumplí catorce años, mi tía, devota católica de la Adoración Nocturna, me regaló un ejemplar del cómic Conan, el Bárbaro de Marvel, con ilustraciones del gran Barry Smith, basado en las historias pulp de Robert E. Howard, publicadas entre 1932 y 1936. No debió echarle un ojo al contenido porque, de lo contrario, se hubiera percatado de la violencia y el erotismo de aquellas páginas en blanco y negro y, seguramente, esta entrada nunca hubiera exisitido.
El verano pasado, en uno de esos días tontos de ferragosto madrileño, andaba echando un ojo a las novedades de la maravillosa comiteca de la biblioteca Manuel Alvar, cuando me topé con una obra notable: “El árabe del futuro”. Premio Angulema en 2015 se trata de un cómic en cuatro volúmenes que narra la infancia del autor, el dibujante y director de cine francés Riad Sattouf. Hijo de un profesor universitario sirio y de una francesa oriunda de Bretaña, sus primeros años transcurren entre Libia y Siria, con escapadas vacacionales a la tierra de sus ancestros maternos, el maravilloso entorno del Cap Fréhel en la comarca de Côtes d'Armor (sí, como el nombre de este blog). Con un trazo simple, en blanco y negro con ocasionales tonos de color, Sattouf cuenta con la ingenuidad propia de un niño el choque cultural que supone el pertenecer a dos mundos culturalmente tan diferentes. Especialmente notable es el episodio en la Libia de Gadafi donde el líder de la revolución verde había proclamado el fin de la propiedad privada por el expeditivo método de prohibir las cerraduras en las casas, con lo cual había que estar atento para no volver a tu hogar y encontrarlo ocupado por otras personas que, eso sí, habían tenido la gentileza de dejar tus enseres fuera.
Durante su estancia en Siria, Sattouf vive en un pueblo a las afueras de Damasco y su único contacto con la realidad occidental es la visita que realiza al área comercial de la capital con sus padres. En una ocasión entra en una tienda de películas de vídeo y se hace amigo del dueño, un árabe cristiano que le guarda las últimas novedades que recibe. Hasta que un día, le muestra con precaución una joya que acaba de llegar a sus manos: Conan, el bárbaro. Se trata de la película de John Milius de 1982, protagonizada por Arnold Schwarzennegger y rodada en España, cuyo guion, obra también de Milius, mezcla diferentes argumentos de las obras de Howard. El pequeño Riad ve la película con sus primos sirios y se queda fascinado con el pelo de Conan joven, el actor español Jorge Sanz, que le recuerda a él. Durante varias páginas desgrana las escenas clave de la historia y al final, salen todos los niños a la calle con palos en la mano y ollas a modo de cascos, remedando a Conan y sus guerreros.
Cuando leía esas páginas, volví a 1982 cuando, tras la lectura del cómic, fui a ver la versión cinematográfica. Y salí emocionado. De hecho, sigue siendo una de mis películas preferidas. La fotografía, el aire mítico, la parquedad de los diálogos, el tema de las sectas (tan emergente entonces), y la sobrecogedora banda sonora de Basil Poledouris (chan, tachan, chan, chan, tuuuu tuuu, tuuuuu, tuuu, tuuuuu, tutututu, tutuuuu), me impresionaron tanto que aún no me canso de verla y, de hecho, utilizo los primeros minutos (la forja de la espada, el mito del enigma del acero y el ataque al pueblo de Conan) en mis clases de 1º de Eso, cuando explico la Edad de los Metales. Ya, vale, luego andando el tiempo me percataría del discurso fascistoide propio de todas las obras de Milius. Pero eso no viene a cuento ahora.
Volviendo a Sattouf, los dos coincidimos de niños en la misma mítica escena de la peli. Conan está rodeado de guerreros mongoles y el líder pregunta “¿Qué es lo mejor de la vida?”, y rápidamente uno de los suyos contesta: “La extensa estepa, un caballo rápido, halcones en tu puño y el viento en tu cabello”, “Mal”, replica el general, “¡¡¡Conan!!! ¿qué es lo mejor de la vida?” y Conan, impasible en su trono, responde, “Aplastar enemigos, verlos destrozados y oír el lamento de sus mujeres”, “¿Habéis oído?”, sentencia el gran mongol, “¡¡Eso está bien!!”. Ignoro si a Satouff niño le impresionó la respuesta del cimerio, a mí me maravilló la del guerrero mongol.
Pero la inocencia rota es un tópico muy real a veces. Cuando el pequeño vuelve de unas vacaciones en Francia e intenta recuperar sus juegos barbáricos con sus primos, estos le rechazan: “No queremos saber más de eso, nos has obligado a ver una película en la que salen mujeres desnudas”; lo de cortar cabezas y desparramar sesos, ya, si eso, otro día. ¡Por Crom!



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