Una de mis primeras colegas solía decir a sus alumnos y
alumnas: “es fácil hablar de crisis del pasado, lo difícil es vivirlas”. Hace
pocos días terminé de ver la magnífica serie italiana “Romanzo criminale”, en
español “Roma criminal”, basada en la novela del mismo título del juez Giovanni
di Cataldo. La serie narra la historia de la banda criminal de La Magliana,
suburbio de Roma al que pertenecían varios de los protagonistas, y que controló
las redes de prostitución, juego y tráfico de drogas en la ciudad entre finales
de los setenta y principios de los ochenta; la época conocida por los italianos
como los “años del plomo” por la violencia política que hizo tambalearse al
sistema político y social del país.
A lo largo de los capítulos vemos el desarrollo
de la banda en un contexto en el que se relaciona, como sucedió en realidad,
con la mafia, la camorra, la extrema derecha, de alguna manera, con el
asesinato de Aldo Moro, la masacre de Bolonia, la logia P-2 o la quiebra del
Banco Ambrosiano. Pero después de visionarla, de disfrutar de su ambientación y
de la excelente construcción e interpretación de algunos de sus personajes (especialmente
del “frío”, obra del actor Vinicio Marchioni), y de su excelente banda sonora
central (a cargo de Pasquale Catalano, con un inquietante acorde de violines in crescendo cortado bruscamente por un
solo de chelo y piano), de la vuelta a la realidad surgió una reflexión.
Es fácil que al final de la serie te encariñes
con los personajes, que sufras como ellos, o que llegues a odiarlos como ellos
entre sí. Pero es en ese momento cuando has asumido como normal la violencia
visual que impregna la cinta. Las muertes, asesinatos crueles y fríos,
torturas, parecen quererse envolver en unos personajes humanos que, sin embargo,
no son sino trasuntos de delincuentes reales, violentos, asesinos, traficantes,
algunos rehabilitados y otros muertos por su mismo hierro, que pusieron su
grano de arena en aquellos convulsos años de Italia, Por eso es tan peligrosa la
imagen, y tan perversa la escritura, en este caso en formato guion. Porque nos
puede hacer ver como cierta una ficción que nos aleja de la realidad dura de
aquellos días que ahora vemos con distancia, como si fuera una película de
vaqueros; basta con escribir La Magliana
en internet y, acercarse a las imágenes y a la vida de los auténticos Fredo, Búfalo, Libanes, y Dandi. Esta sensación del espectador que
pierde la realidad la experimenté también al ver la película Der Baader Meinhoff Komplex, “RAF, la
Fracción del Ejército Rojo”. sobre la banda terrorista Baader-Meinhoff,
donde el dirigente y antiguo delincuente común Andreas Baader era representado
como una estrella de rock, con un espíritu romántico que quizá enmascaraba los
crímenes cometidos por él y su banda en la Republica Federal Alemana. Entonces
supongo que llegamos a la típica pregunta de tertulia televisiva: ¿vivimos en una
sociedad inmunizada ante la violencia? También podríamos preguntarnos cuánto
hay de anécdota en esos relatos cinematográficos, esquematizando personajes y
situaciones y sin que en ningún momento se profundice en las causas que
generaron esas situaciones de delincuencia y terrorismo.
Claro que,
como decía mi colega, lo fácil es hablar distendidamente sobre hechos
dramáticos del pasado, lo complicado es vivirlos.
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