jueves, 31 de enero de 2013

EL ARQUERO DE AMESBURY


http://www.crumbleholme.plus.com/Beakerfolk/brayne/jbamesbury-archer.jpg 
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Recientemente volví a encontrarme con mi antiguo compañero de doctorado y hoy profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, Rafael Garrido Pena. Fue con motivo de una conferencia sobre uno de los temas que más nos apasionaban en nuestra época de doctorandos: el valor comercial y de prestigio de los intercambios en la Prehistoria. Rafael Garrido habló de este tema referido al periodo en el que ha desarrollado su carrera investigadora: el Calcolítico campaniforme (entre el 2500 y el 2000 a.C aproximadamente). Su exposición se basó en las teorías acerca del contenido de la vajilla campaniforne que se repite en el ajuar de las tumbas desde Portugal hasta el sur de Suecia y desde Inglaterra hasta centroeuropa: el vaso campaniforme, el cuenco y la cazuela.  De esta forma sigue la línea avanzada en su día por Andrew Sherrat cuando en 1988 especuló con la posibilidad de que esta vajilla de lujo contuviera bebidas alcohólicas y alimentos utilizados en ritos de comensalidad, funerarios o no, necesarios para asegurar el control de la sociedad por parte de las jerarquías que empezaban a crearse en este momento. 

Sorprendente resulta la comprobación de aquella tesis con los análisis de pastas que han determinado que en la mayoría de los vasos campaniformes de los yacimientos peninsulares hay restos de cerveza de trigo, en algún caso con un elemento psicotrópico añadido, además de otros líquidos como una bebida hecha de pera o un yogur. Por otro lado, en las cazuelas se han encontrado rastros de grasas animales, lo que indica que sirvieron para contener alimentos. Resulta curioso que los cuencos en los ambientes funerarios aparecen siempre dentro de la cazuela, lo que indica que se utilizaba como medida para repartir entre los comensales. El profesor Garrido ha establecido un cálculo de proporciones y ha propuesto que, considerando el cuenco como ración individual,  en estos banquetes pertenecerían entre cinco y siete personas. En algún enterramiento los vasos aparecen hechos añicos por debajo del cuerpo lo que parece indicar que tras el consumo de bebida y comida se procedió a romper la vajilla.

Dentro de su conferencia me llamó la atención , por lo que revela de la aplicación de los avances de la química y la biología en la arqueología, la mención al yacimiento, desconocido para mí hasta entonces (yo siempre he sido muy del Hierro), de Amesbury, Inglaterra, cerca del monumento de Stonehenge. Es el conocido como "Arquero de Amesbury", un hombre de unos cuarenta años con una característica tara ósea (dos huesos de los pies fusionados); se le conoce como el "arquero" por la cantidad de puntas de flecha que se hallaron como ajuar junto al cadáver. También aparecieron cinco vasos campaniformes, diversas herramientas de cobre para el trabajo del metal y un yunque portátil. Esto ha hecho suponer que el "arquero" sería un experto herrero. Y ahora damos paso a la ciencia: los análisis de isótopos de estroncio y de oxígeno pueden determinar si el difunto nació en la zona donde murió o procedía de otro lugar. En nuestro caso, el análisis de isótopos de oxígeno, que determinan la temperatura del agua y por tanto las condiciones climáticas específicas de unas zonas y otras, estableció que nuestro "arquero" no procedía de Inglaterra sino de algún lugar de Centroeuropa. 

Amesbury es ciertamente sorprendente si se tiene en cuenta que en los primeros estudios sobre el Campaniforme se interpretaba la expansión de esta vajilla asociada a movimientos de pueblos que fluían y refluían desde su lugar de origen (para algunos Portugal, para otros el Rin), en lo que Binford denominaba con sorna "la arqueología acuática". Estas teorías se vieron superadas a partir de los años setenta por iniciativa del arqueólogo Clarke que decía que él no veía "pueblos campaniformes" sino "pueblos con campaniforme", entendiendo que el ajuar fue extendiéndose como producto de intercambios entre grupos humanos asociado a un ritual específico.

Pero hay más sorpresas: la datación por carbono ha establecido una fecha aproximada del enterramiento en trono al 2300 a.C, un momento en el que parte de Stonehenge estaría levantado; esta proximidad al famoso yacimiento ha levantado una cierta controversia científica entre quienes opinan que el arquero podría ser un peregrino y los que piensan que la distancia entre ambos lugares no es tan corta como para establecer una relación clara. Y aún más: cerca de la tumba del arquero se halló otra de un joven de unos veinte años; el esqueleto poseía la misma característica ósea del arquero, por lo que algunos autores especulan con la posibilidad de que fueran familia.

Y como siempre en el estudio de la apasionante bruma del pasado, la arqueología nos deja preguntas para las que nunca obtendremos respuestas. Dejemos, pues, paso a la imaginación.
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lunes, 14 de enero de 2013

LA MAGLIANA


Una de mis primeras colegas solía decir a sus alumnos y alumnas: “es fácil hablar de crisis del pasado, lo difícil es vivirlas”. Hace pocos días terminé de ver la magnífica serie italiana “Romanzo criminale”, en español “Roma criminal”, basada en la novela del mismo título del juez Giovanni di Cataldo. La serie narra la historia de la banda criminal de La Magliana, suburbio de Roma al que pertenecían varios de los protagonistas, y que controló las redes de prostitución, juego y tráfico de drogas en la ciudad entre finales de los setenta y principios de los ochenta; la época conocida por los italianos como los “años del plomo” por la violencia política que hizo tambalearse al sistema político y social del país.
A lo largo de los capítulos vemos el desarrollo de la banda en un contexto en el que se relaciona, como sucedió en realidad, con la mafia, la camorra, la extrema derecha, de alguna manera, con el asesinato de Aldo Moro, la masacre de Bolonia, la logia P-2 o la quiebra del Banco Ambrosiano. Pero después de visionarla, de disfrutar de su ambientación y de la excelente construcción e interpretación de algunos de sus personajes (especialmente del “frío”, obra del actor Vinicio Marchioni), y de su excelente banda sonora central (a cargo de Pasquale Catalano, con un inquietante acorde de violines in crescendo cortado bruscamente por un solo de chelo y piano), de la vuelta a la realidad surgió una reflexión.
Es fácil que al final de la serie te encariñes con los personajes, que sufras como ellos, o que llegues a odiarlos como ellos entre sí. Pero es en ese momento cuando has asumido como normal la violencia visual que impregna la cinta. Las muertes, asesinatos crueles y fríos, torturas, parecen quererse envolver en unos personajes humanos que, sin embargo, no son sino trasuntos de delincuentes reales, violentos, asesinos, traficantes, algunos rehabilitados y otros muertos por su mismo hierro, que pusieron su grano de arena en aquellos convulsos años de Italia, Por eso es tan peligrosa la imagen, y tan perversa la escritura, en este caso en formato guion. Porque nos puede hacer ver como cierta una ficción que nos aleja de la realidad dura de aquellos días que ahora vemos con distancia, como si fuera una película de vaqueros; basta con escribir La Magliana en internet y, acercarse a las imágenes y a la vida de los auténticos Fredo, Búfalo, Libanes, y Dandi. Esta sensación del espectador que pierde la realidad la experimenté también al ver la película Der Baader Meinhoff Komplex, “RAF, la Fracción del Ejército Rojo”.   sobre la banda terrorista Baader-Meinhoff, donde el dirigente y antiguo delincuente común Andreas Baader era representado como una estrella de rock, con un espíritu romántico que quizá enmascaraba los crímenes cometidos por él y su banda en la Republica Federal Alemana. Entonces supongo que llegamos a la típica pregunta de tertulia televisiva: ¿vivimos en una sociedad inmunizada ante la violencia? También podríamos preguntarnos cuánto hay de anécdota en esos relatos cinematográficos, esquematizando personajes y situaciones y sin que en ningún momento se profundice en las causas que generaron esas situaciones de delincuencia y terrorismo.
            Claro que, como decía mi colega, lo fácil es hablar distendidamente sobre hechos dramáticos del pasado, lo complicado es vivirlos.

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