Dallas buyers Club narra la historia real de Ron Woodroof un
vaquero americano, electricista de profesión, heterosexual y machista, que fue
diagnosticado de SIDA en 1986. La película narra su lucha contra la agencia
estatal de medicamentos y las farmacéuticas para conseguir el acceso de los
enfermos a medicamentos no permitidos en EEUU y que supuestamente combatían con
éxito la enfermedad.
Estamos, por tanto, ante una
nueva visión del héroe popular salido de los sectores proletarios y que vence a
las grandes corporaciones en beneficio de los ciudadanos indefensos. Algo así
vimos también en Erin Brockovich,
donde una administrativa en un bufete de abogados consigue demandar a una gran
empresa que llevaba años contaminando los acuíferos de una comunidad y matando
de cáncer a sus habitantes.
Y sin embargo…
El mensaje que subyace en ambas
películas no es tan solidario. En Erin
Brockovich, la nueva Robin Hood defiende a los afectados en su demanda con
el objetivo de conseguir una sustanciosa compensación económica. Al final la
empresa reconoce el mal pero arregla el asunto soltando unos millones a cargo
del presupuesto. Nadie piensa en cerrar la fábrica ni en enjuiciar a los
responsables de un gravísimo delito contra la salud. Dinero y todos contentos.
Ron Woodroof no lucha en la
película por defender el acceso de los enfermos a medicamentos prohibidos en
EEUU y a precios asequibles. No, el lucha porque no le quiten su negocio. Porque
él cobra 400 dólares a los miembros de su club; es decir, se aprovecha de unos
enfermos que padecen la misma dolencia que él. Hay una escena en la que un
pobre chaval le ofrece todo su capital, cincuenta dólares, y el “bueno” de Ron
le despide con cajas destempladas. Estamos, por tanto, ante un ejemplo del modelo
generado y valorado por el capitalismo: el emprendedor que busca la oportunidad
de su beneficio individual incluso en el infierno.
Cuando explico a mis alumnos la
doctrina de Adam Smith y les hago ver que la finalidad del sistema capitalista
es conseguir un beneficio individual ilimitado, ellos se sorprenden. No deberían.
Está en la esencia misma del tinglado. Hollywood retoma la vieja idea del
filósofo escocés de “la mano invisible”. Esto es, el capitalista busca su lucro
personal pero, indirectamente, beneficia a la sociedad a través de los
impuestos o de la creación de empleo. Esta falacia, fácilmente comprobable en
nuestra crisis actual donde las grandes compañías tienen beneficios pero el
paro aumenta junto con las desigualdades sociales, se traduce en imágenes
envueltas en Oscars de la Academia. Ron se empeña. Como buen emprendedor, en
lograr su fortuna e indirectamente, según la película, beneficia a los
enfermos. Ya hemos visto que no, que al final, sólo el que tiene pasta tiene
acceso a la cura.
La idea del beneficio individual
ilimitado puede ser discutible en efecto pero, por favor, que no nos lo vendan
como solidaridad.