No voy a negar que
Dalí ha sido uno de las más grandes figuras del arte contemporáneo occidental
del siglo XX. A mí particularmente la mayoría de sus obras no me dicen nada
pero soy capaz de valorar su visión original y su creatividad. Eso quizá es lo
que más me atrae del personaje: su constante interés en explorar diferentes
vías plásticas aunque todas englobadas dentro de ese surrealismo de
supermercado que tan hábilmente vendió. Su motivación y capacidad de trabajo le
llevaron más allá de la pintura hasta hacerse un hueco también en la
literatura, la escultura, la escenografía o la aplicación de la tecnología de
la segunda mitad del siglo XX a las artes plásticas.
Ayer sobreviví a la
exposición que desde abril se desarrolla sobre su obra en el Centro de Arte
(Camarada) Reina Sofía de Madrid. El exagerado número de obras hizo que a mitad
de exposición comenzara a perder el interés aunque, coincidiendo con mi
acompañante, a mí también me llamaron la atención más sus obras escultóricas o
escenográficas que las meramente pictóricas. Entre ellas me sorprendió la
película que exhibía una onírica cena con la que los Dalí-Gala agasajaban a
varios artistas del mundo de Hollywood; no se pierdan las caras del cómico Bob
Hope al recibir un extraño agasajo dentro de un zapato de tacón o al descubrir
una bandeja y encontrarse con unos sapos vivos. También me descubro ante la
escenografía de “Recuerda” de Hitchcock, de “Destino” de Walt Disney o su actuación en el anuncio de un famoso
fármaco.
También se exhibía
el filme “Autorretrato blando de Dalí” filmado en 1966 por Jean Jacques Averty.
Ahí aparece el Dalí cansino, previsible, burdamente provocador. Bailando,
exhibiendo tocados y melenas imposibles, pintando un cerdo de verde, paseándose
con púberes hippies, y diciendo toda la suerte de tonterías que el personaje
por el creado solía expresar. Pero entre tanta sonrisa y provocación surgió el
lado oscuro. En un momento determinado de la película Dalí abre un secreter en
una de cuyas hojas hay dos retratos. El primero es Felipe IV, supongo que se
identificaría con él en sus bigotes; el segundo es José Antonio Primo de
Rivera, figura principal del fascismo español de los años 30, fundador de
Falange española, y soporte ideológico del régimen franquista.
¿Dalí franquista?
Fueron numerosas las ocasiones en las que el pintor de Cadaqués elogió el régimen
y la figura del también aficionado a la pintura Franco (¡También admirador de Vermeer!) Y éste le premió con la
orden de Isabel la Católica aparte de visitarle y recibirle en varias ocasiones. No cabe duda de
que, para el régimen, Dalí era un motivo de prestigio frente a los ataques de
ciertos sectores nacionales e internacionales contra el régimen. Respecto a la
postura del pintor, el debate gira entre los ensayistas de derechas que hablan
de Dalí como un franquista convencido de la magnanimidad del régimen, y algunos sectores “progresistas” que tratan
de minimizar este aspecto escondiéndolo en los aspectos exagerados y sarcásticos
del artista. El debate es viejo e incluye una reciente y estéril polémica entre
Vicenc Navarro y Albert “Dios” Boadella.
Quizá para entender
este aspecto polémico de Dalí, no deberíamos ir más allá del pulso latente de
un personaje criado en una familia burguesa, conservadora y católica, de la
Cataluña profunda. Algo que no le abandonaría nunca.